Me atormenta lo eterno de mi tristeza, la muy zorra, vino un día de visita y al final se instaló en mi alma.
Desde entonces, mis lágrimas hacen cola en mis ojos, la desesperación abriga mi estómago y la alegría apagó la luz para echarse a dormir.
Caen sollozos desde el trampolín de mis pestañas y con ellos, me temo, que las últimas gotas de vida que me quedaban.
Sólo falta esperar la inevitable que arrancará mis cadenas y en ese suspiro final me dará la libertad definitiva.
Ven, te espero sentado en el desconsuelo, loco por perder la batalla y morir sin botas ni medallas.
Crecen inexorables las ganas de abandonar lo que al resto hace matar para defender, lo que amanece y da fruto en cada nacimiento.
¿Por qué tardas tanto? Impuntual y poco respetuosa, pensé que aparecerías rápida y veloz, así como las malas noticias que siempre son las primeras en llegar.
Me decepcionas, lenta y larga estas siendo, como mi enfermedad.
No debo impacientarme, al contrario, debo disfrutar exprimiendo cada sentimiento nuevo que aparezca mientras espero a la parca, que como pájaro, anhelo vuele hasta mi ventana y me enamore con su canto.
Ya estás aquí, has llegado, puedo sentirte, que extraña sensación, igual a un sabor a nada, tanto tiempo he esperado, y ahora que estás frente a mí, te conozco de siempre.
Cógeme, sin reparos, no tengo miedo, ya no, en el pasado quizá, cuando quedaba alguna razón que me echara de menos, tal vez tuve temor creyendo que algo era mío, ahora no.
Vámonos pronto, aquí nadie sufrirá mi ausencia infinita.