Ese mismo día… desapareció el equilibrio que me unía al universo, ese eje interno que hacia de mi una pluma capaz de divagar durante horas navegando al mismo tiempo por una eterna sensación de infinito inagotable.
Sin querer dejé, sin saber deje, sin merecer deje, deje, deje que se alejase de mi para abandonarme y disminuirme, porque los dedos de mis pies desnudos sobre el suelo de madera no era más que la forma de subsistir en este mundo extraño que nunca entendería sin música, sin abrazos y sin la improvisación de un niño.
Ese día… la muerte afiló sus largas uñas de vieja parca sonriente ante la posibilidad de un nuevo cadáver que colocar frente al televisor, desierto donde fallecemos irremediablemente todos alguna vez, cienaga de arena donde hundimos al pensamiento para poder seguir buceando por esa mezcla semilíquida de gritos y mentiras escritas por otros, por otras, por aquellos, por todos, por nosotros y por vosotras. Fango que recorrer con pereza hasta que el préstamo de la vida se agota.
Ese mismo día… la voluntad pudo más, mi deseo empujo a las ganas como un super heroe de comic transformando mi hundimiento en resurgir, la arena movediza se convertida en baldosas amarillas bajo mis pies descalzos, una melodia reconquistada del pasado hacia posible el nacimiento de un movimiento perfecto para mi alma rescatada. Diferencia entre querer seguir o querer estar, querer vivir o querer morir.
Ese día, ese mismo día… un solo instante que recordaré siempre y asi no olvidarme de lo más importante, mi alma.