Qué tendrán las espaldas que despiertan lenguas afiladas como cuchillas de afeitar.
Qué tendrán las espaldas que agudizan las ganas de matar.
Qué tendrán las espaldas que alimentan a los cobardes, despiertan a los embusteros y recobran el aliento de los hipócritas.
Qué tendrán las espaldas que hinchan el pecho de graciosos, farsantes, bromistas y mamarrachos.
De frente, te piden ayuda, consejos y alegatos, para poder hacer frente a problemas diminutos que te relatan entre sollozos y pucheros lastimeros, conflictos insignificantes que parecen enormes cabezudos imposibles de abatir, convirtiendo lo minúsculo en la inmensidad de la idiotez.
Pero que te lo cuentan como si tú fueras la única persona importante en su vida y sin embargo, te acaban de conocer.
O lo que es peor, diste todo lo que tenias y lo que no también, y en vez de “gracias”, te das la vuelta y de dadivoso pasas a ser un desgraciado egoísta que poco diste a lo que esa persona cree merecer
¿Cuál será la verdadera razón de este comportamiento viperino? ¿Demasiado tiempo, tal vez, prejuicios, ganas de joder?
Demasiado tiempo perdido para lograr objetivos posiblemente igual de desdeñables.
De frente, sonrisas, gratitud, y caída de ojos… según vas girando poco a poco tus pobres espaldas se convierten en diana perfecta de frustrados vengativos, cuyos colmillos invisibles atraviesan piel, huesos y alma. Todos esos consejos, esos alegatos y esas ayudas que rogaban, se van transformando en agujas y escarpias, azadas y cuchillos, injurias y babas.
Si eres de los que hablas con claridad mirando a los ojos y eres de los que dices lo que piensas de frente, ten cuidado, no te des la espalda… te van a acribillar.
Si eres de los que esperas a que la gente se de la vuelta para enloquecer haciendo del critiqueo una orgia incapaz de detener, comienza a preguntarte ¿por qué? y ¿para qué?